4 ene 2012

Albión en la distancia

Tres semanas, tres, casi un mes para no hacer nada. Al menos eso es lo que uno piensa cuando pide tantos días de vacaciones. Eso sí, vacaciones que no lo son, porque cuaqndo vives en otro país, las vacaciones se reducen a visitar a la familia que te echa tanto de menos y quedar con esos amigos cada vez más envejecidos y hablando en un idioma que has empezado a olvidar.

Empecé mi estancia en España con una escapada que me recargó las pilas. Sin duda, una escapada necesaria y de la que nunca me arrepentiré. Justo después de esa escapada, llegada a casa aunque todavía intoxicado por las costumbres del que se va convirtiendo poco a poco en mi hogar. Primera mañana: ordenador ON, puesta al día con el correo del trabajo y té con leche sobre la mesa. Media jornada de trabajo y la sensación de sentirme útil un día más.

Después todo ha sido comidas familiares, llamadas perdidas, miles de mensajes y mucho tiempo para pensar en cosas en las que es mejor no pensar. Los acantilados de Dover que aún no conozco me llaman como pálidas sirenas que me exigen el pejae de mi última juventud a cambio de un puesto de trabajo fijo. Y no lo puedo rechazar. En la otra orilla no tengo ataduras, me pregunto si soy afortunado por tener sólo finos hilos a punto de romperse por el desuso y el paso del tiempo. Estoy sin darme cuenta tejiendo y destejiendo como una Penélope postmoderna? Debería poner negro sobre blanco qué quiero hacer con mi vida (esa frase tan manoseada y poco adecuada en según qué momento y qué persona)? Lo fácil es no plantarle cara a la vida y recoger los pedazos del collage a medida que se vayan cayendo.

El azar siempre me ha tratado bien. Ahora tengo ganas de volver a la isla, llena de españoles más perdidos que en LOST. Tiraré de la madeja a ver qué puedo hacer con los hilos. El tiempo no me dará una respuesta, xo acabaré por encontrarla.

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